martes, 26 de enero de 2016

Hogar

No fue un abrir y cerrar de ojos. No fueron ni siquiera unos días ni unos meses. Pasaron años transcurriendo a una velocidad infinitamente más lenta de lo normal. El tiempo se quiso vengar mezquinamente. Se deleitó en verme sufrir al jugar con sus horas a mi lado y mis horas sin él.

Mucho, mucho después, desperté, sola, en mitad del océano. El corazón viajaba encogido debatiéndose entre el miedo y la esperanza. Pisé la tierra, su tierra, entre voces que se alternaban de todos los colores. En segundos, mi cruel amigo quiso darme un respiro, aflojando los dedos invisibles de mi cuello, para que, en el mar de nuevos sonidos que me rodeaba, alcanzara a oír su voz. El mundo se detuvo unos instantes, los primeros entre sus brazos, casi como pago por todos los abrazos que se hundieron en las aguas. Ahí, atrapada por su cuerpo, tuve tiempo de observarlo. Parecía más alto y más delgado, pero el resto, bueno, todo eso había permanecido igual. Su olor, su suave forma de sostenerme con timidez, sus tiernos ojos castaños, su sonrisa imperceptible, su barba incipiente anhelando ser cortada… Supe en seguida, al sentir su calidez bajo el aire frío del termostato de aquel aeropuerto, que no importaba qué pedazo de continente sostuviera nuestros pies, con él encontraba significado a la palabra hogar.

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